Antes de referirme a la reacción, conviene señalar que una persona con rasgos psicopáticos no se siente atraída por alguien del mismo modo que el resto de los mortales.
La diferencia radica en que la persona con rasgos psicopáticos tendrá especialmente en cuenta lo que esa relación le puede aportar, con particular atención a cómo esto será juzgado por los demás, y dará escasa a nula importancia al bienestar emocional del otro o la otra.
Por eso, es una atracción que se puede calificar como incompleta y que dará origen a un intento de seducción basado en la manipulación. Para concretar ese intento, la persona con rasgos psicopáticos tratará de actuar como el otro o la otra desean que lo haga. Si lo evalúa como necesario, será romántica o chistosa o aventurera o amante de la pintura, etc.
En caso de que tenga éxito, poco tiempo después la persona con rasgos psicopáticos irá reduciendo las atenciones iniciales para llevarlas al mínimo indispensable como para que la relación no se rompa. Empezará, entonces, una negociación interminable y por lo general dolorosa para la otra parte.
Si el seducido o la seducida tienen una autoestima bien conformada, abandonarán la relación al comprobar que esta decae de manera abrupta. Si en cambio son personas inseguras, se quedarán tratando de recuperar el idilio o de “ayudar” a la persona con rasgos psicopáticos a que vuelva a ser como era.
También puede suceder que el seducido o la seducida estén a su vez poco interesados en el bienestar emocional de la persona con rasgos psicopáticos, hayan evaluado que les conviene la relación por algún motivo y hayan decidido resignar la posibilidad de entablar un vínculo amoroso (puede tratarse de una disposición general, es decir, psicopática, o de un renunciamiento limitado a esa situación). En estos casos se logra un equilibrio que puede funcionar. Ejemplo de esto son muchas de las parejas formadas por un hombre de edad avanzada y rico y una mujer joven y bella.
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